Emmett y el Oso
>> martes, 25 de octubre de 2005
Emmett y el Oso
Me sorprendió encontrar un extraño vínculo creciendo entre Emmett y yo, especialmente teniendo en cuenta que él había sido el que más miedo me había dado al principio. Tenía que ver con el modo en que ambos habíamos sido elegidos para entrar en la familia: los dos habíamos sido amados – y habíamos amado respectivamente – mientras éramos humanos, aunque por poco tiempo en su caso. Sólo Emmett recordaba, y solo él comprendía el milagro que Edward era para mí.
Hablamos de ello por primera vez una tarde mientras los tres estábamos sentados en los sofás de la habitación principal. Emmett me entretenía con recuerdos que eran mejores que cuentos de hadas, mientras Edward se concentraba en el canal de cocina – había decidido que quería aprender a cocinar, ante mi incredulidad, y le era difícil sin el apropiado sentido del gusto o del olfato. Después de todo, había algo que no sabía hacer de forma natural. Su perfecto entrecejo se frunció mientras el famoso chef sazonaba otro plato de acuerdo a su gusto. Suprimí una sonrisa.
- Para ese entonces él ya había terminado de jugar conmigo, y supe que iba a morir. - recordó Emmett suavemente, dando un giro al relato de sus años humanos, comenzando con la historia del oso. Edward no nos prestaba ninguna atención: ya la había oído antes. - No podía moverme, y mi conciencia se estaba disipando, cuando escuché lo que pensé que sería otro oso y una lucha por ver quien se quedaba con mi cadáver. De repente, sentí como si volara. Me imaginé que había muerto, pero intenté abrir los ojos de todos modos. Y entonces la vi - Su rostro parecía incrédulo ante el recuerdo: yo le comprendía completamente - y supe que estaba muerto. Ni siquiera me importaba el dolor. Luché por mantener mis párpados abiertos: no quería perderme ni un segundo el rostro del ángel. Estaba delirando, por supuesto, preguntándome por que no habíamos llegado al cielo aún, pensando que debía de estar más lejos de lo que yo había creído. Y entonces me llevó ante Dios. - rió con su risa profunda y atronadora. Yo entendía perfectamente por qué pensó aquello. - Pensé que lo que ocurrió a continuación era mi juicio final. Había tenido…digamos, demasiada diversión durante mis 20 años humanos, así que no me sorprendieron las llamas del infierno.
Rió de nuevo, pero yo me estremecí. El brazo de Edward me estrujó con más fuerza de forma inconsciente.
- Lo que me sorprendió fue que el ángel no se marchó. No podía entender como algo tan hermoso podía estar en el infierno junto a mí, pero estaba agradecido. Cada vez que Dios venia a echarme una ojeada, yo temía que se la llevase, pero nunca lo hizo. Comencé a pensar que quizás esos predicadores que hablaban de un Dios piadoso tenían razón después de todo. Y entonces el dolor desapareció…y me lo explicaron todo.
“Les sorprendió lo poco que me afectó todo ese asunto de los vampiros. Si Carlisle y Rosalie, mi ángel, eran vampiros: ¿Cómo podía ser tan malo ser aquello?
Yo asentí, completamente de acuerdo, mientras él continuaba.
- Tuve unos cuantos problemas con las reglas…- rió entre dientes. - Tenias las manos llenas conmigo al principio, eh?
El empujón juguetón que le dio Emmett al hombro de Edward nos balanceó a los dos. Edward dejó escapar un leve gruñido, sin apartar la vista de la televisión.
- Así que ya ves, el infierno no es tan malo si consigues mantener a un ángel a tu lado - me aseguró Emmett de forma traviesa. - Cuando él consiga aceptar lo inevitable, te irá bien.
El puño de Edward se movió tan rápidamente que no vi lo que golpeó a Emmett, lanzándole sobre el respaldo del sofá. Los ojos de Edward no se apartaron de la pantalla.
- ¡Edward! - le reprendí, horrorizada.
- No te preocupes, Bella - Emmett estaba sereno, de vuelta en su asiento. - Sé tocar su punto débil - Miró por encima de mí hacia el perfil de Edward. - Tendrás que hacerlo alguna vez. - advirtió.
Edward apenas gruñó de nuevo como respuesta, sin alzar la vista.
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